sábado, 5 de febrero de 2011

De Coral y Arena

Extendió el tabaco sobre el fino papel de fumar, con dedos ágiles, viejos chambelanes del ritual, lió el cigarrillo y se lo llevo a los labios, cuarteados por el sol y la sal.
Se sentó con la dificultad propia de sus años al borde del acantilado, la brisa del medio día acaricio su tez morena, arrebatando de su piel el fresco olor a jabón de afeitar, y despejo de su frente el rebelde flequillo ahora blanco. Inspiro el aroma salino del mar, su viejo amor, ofreciéndole al viento el mensaje de su aliento mezclado con humo. 
Cerró los ojos acuosos, pero todavía podía percibir el fuego del sol a través de sus parpados, el rumor, que ascendía fruto del encuentro de titanes bajos sus pies le acuno...
Se desviste con la lenta premeditación del suicida, desabrocha su camisa despacio, primero un puño, luego el otro, entonces descubre su pecho y su dorso, templados por el sol de todos los días, después desnuda el resto de su cuerpo, dobla la ropa y la amontona cuidadosamente sobre una de las tablas de la barca.
El resplandor de miles de espejos en las olas atrapan su mirada, mientras, él se muestra desnudo, erguido, desafiante, enfrentando su cansancio, fruto del insomnio y la desesperación, a la sabana turquesa que cubre a su pérdida, su mujer que descansa entre corales, desde aquella noche en que fue arrebatada por la tormenta del elevado limite de la tierra, donde ella esperaba como cada noche descubrir las luces de su barca, después de la larga jornada en busca de la ansiada pesca…
Él ahora cierra los ojos, quedando en ellos la imagen de su mujer.
Un paso, solo un paso y se hundirá más allá de los colores, hasta el mundo del azul, donde se reunirá con su amor. Un paso , solo un paso… y se hunde.
Avanza entre el bosque submarino, acariciado por las algas, por rápidas aletas, por las estelas de las barcas, mecido aún por el profundo mar, el sol se convierte en un inmenso calidoscopio sobre su cabeza, mientras la vida escapa encerrada en burbujas de agua.
El mar, ante la necesidad de hablarle, de consolarle, adopta un cuerpo de piel de arena sobre el blanco hueso de coral, de reflejos plateados en sus ojos de sal y océano, de cabellos verdes agitados por vientos abisales, un cuerpo dotado de una mente intemporal que alberga las almas de todos los que descansan bajo sus aguas.
Un cuerpo amante que lo abraza con toda su piel, con sus brazos, con sus piernas, sus senos contra su pecho, el suave musgo de su pubis contra su sexo, seda contra seda, transmitiendo su deseo.
En su oído derrama palabras de sirenas, de viejos marinos, de tempestades y espuma, cantos de ballenas, las ultimas palabras de su amada y en él nace el desenfrenado deseo de saborear en su boca esos sonidos, y sus ojos se deshacen en océanos, depositando su último aliento en sus labios de nácar, mientras se hunde más y más, él se entierra en su abrazo, entre su piel, se entierra entre sus piernas…
…Acabo el cigarrillo con una última calada y tirándolo con desgana se incorporo. El atardecer ya nublaba la vista, miró hacia el horizonte y su viejo rostro se arrugo en una sonrisa, conciente de que en esa noche, al cabo de pocas horas, su amante lo esperaría sobre la arena de la orilla, traída por las olas, buscándolo con reflejos plateados en sus ojos de sal y océano, con su cabello verde ondulando en la brisa… como ocurrió cada noche desde aquel día.





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